La familia. Un concepto abstracto en los días de hoy. No tengo dudas que suene raro un razonamiento sobre este tema en una página de pastoreo racional, así que me toca explicar, y sería bueno que lo hiciera bien.
La racionalidad que se pueda aplicar a esta vida está directamente ligada a estabilidad emocional y económica. Es muy difícil, en un contexto de quiebre emocional o económico pensar en el bien ajeno. Todo lo que eventualmente nos quite el humor, automáticamente nos quita racionalidad.
Buscar un punto de equilibrio entre estos factores no es tarea menor. Yo no lo hice. En la imparable bola de nieve negativa del pastoreo continuo dejé energía vital suficiente para vivir diez años, y al decir de mi padre, tengo 45 de vida y 55 de trabajo. La cabeza joven estaba centrada en lograr mayores ingresos, aunque para eso tuviera que arar, quemar, fertilizar o envenenar a mis vacas, campo y, por ende, a mis semejantes.
Poquísima era la luz en el horizonte para mí y para mi familia núcleo. Amanecía el día al trote largo, mi hijo mayor, medio dormido aún, me seguía medio sin entender que estábamos haciendo. Mis 7 perros corrían algún venado o mataban alguna mulita “de paso”. El facón no caía de la cintura y cortaba el árbol que estaba “estorbando” mi vía Crucis. Cansábamos los caballos, no encontrábamos todas las vacas, llegábamos con la garganta irritada de tanto gritar con las vacas y con los perros, malhumorados, arañados de las espinas y con algún golpazo en las piedras. Mi mujer nos esperaba con la comida pronta en una combinación de talento e imaginación para revolverse con pocas cosas y hacer manjares, y si yo tengo un 25% más de tiempo trabajado que el vivido, ella tiene el 50. Lavaba nuestros harapos rurales con agua de cachimba a veces con hielo en los baldes, cocinaba con lo que había, cuidaba nuestro hijo menor y todavía…ayudaba en el corral!! Una fiera.
Cuando cerraba nuestro año de trabajo vendíamos, o mejor, regalábamos nuestra producción en un remate “feria”, pagábamos 10% o más de comisiones, bajábamos la cabeza y volvíamos diciendo “ligamos mal este año”. Ahí veía lo que hasta hoy se da en nuestra zona: los invernadores en camionetas cero km, los criadores en sus cachilas viejas que en su momento ya habían sido refugadas por los primeros. Y claro que no estoy acá para criticar a los invernadores, gente con más cultura y preparo, experiencia y proactividad. Estoy haciendo autocrítica.
Pero volvamos al principio. Cómo puede un productor, trabajando en las condiciones antes mencionadas lograr estabilidad emocional? Auto piedad? Caña brasilera?
No es fácil. Sin energía eléctrica, comunicación, educación para los hijos que terminen la escuela o caminos en aceptables condiciones, no es fácil.
Pero lo que ninguno se da cuenta, por la más pura falta de conocimiento o aún de asesoramiento es que lo que arranca mal, termina mal, y me refiero a los sistemas de producción empleados.
La receta de la Cuchilla es:
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Sobrepastorear siempre. Más vacas, mejor. Aunque sea para el ego.
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La “avenita” o el “raygrasito” para salvar algún flaco.
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Vender cuando vale menos y el ganado esté más liviano.
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Consecuentemente seguir pasando trabajo en lugar de trabajar.
La receta agronómica-veterinaria es:
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Ajuste de carga, hacia abajo.
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Intensificación de un 10% del área con “tecnologías de punta”.
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Incorporación de genética superior.
No debería a esta altura gastar energías explicando los maleficios del pastoreo continuo, basta mirar los campos degradados en cualquier rincón del Uruguay. Del sobrepastoreo, entonces, ni se habla. Llegó el tiempo de aceptar que quien está mejor preparado es el que tiene más pasto, no el que tiene más vacas. La condena a subnutrición en la que mantenemos al ganado durante todo el año nos obliga a tener salvatajes como las “avenitas y raygrasitos”, que nunca pasarán de un mal enorme, primero porque salvar es lo más caro que hay, segundo porque lo que destruimos al hacer estos pequeños hospitales es irrecuperable. Las “avenitas” son responsables por la mayor parte de la erosión del suelo usado para ganadería, la erosión genética de nuestras pasturas y la erosión económica de nuestros bolsillos. Millones de metros cúbicos de suelo en nuestros ríos Negro y Uruguay, al menos 100 especies de valor forrajero desaparecidas y una insólita, increíble e invisible pobreza rural en donde deberíamos ondular por rentas per cápita de las mejores del mundo.
Para empeorar lo que parece impeorable en muchas ocasiones se apuesta a la genética como si se pudieran saltear los escalones de una orden natural que rompe los ojos: de qué sirve el campeón del Prado lamiendo el suelo en un cerro? Se ve inseminar con lo mejor, comprar el mejor toro, pero… y la comida??
Dentro de ese contexto surge la propuesta profesional de ajustar la carga. En 99% de los casos, hacia abajo. Hoy sé que ni las bajas cargas son responsables por altos rendimientos, ni las altas cargas son determinantes para bajas producciones. Estamos hablando de un desentendimiento de la fisiología de los pastos que provoca sistemas productivos erróneos y comprometedores. La sugerencia de intensificar un 10% del área con tecnologías de punta en producción y almacenamiento de forraje es lo mejor que he oído hasta ahora, pero no llega a atacar las causas del problema. Aún resta el 90% del campo entregado a la vulnerabilidad. La intensificación en el 10% generalmente va asociada a “mejoramientos”, fertilizaciones con químicos solubles intoxicantes y quema intensa de combustibles fósiles. La huella de carbono en este 10% seguramente sea, al menos, preocupante.
Hace algún tiempo vengo proponiendo la redefinición urgente de lo que pueda ser llamada como “tecnología de punta” en la actividad agropecuaria.
¿Qué cosas precisa hoy un paquete tecnológico para perennizarse?
Lo de siempre más lo de hoy más lo de mañana. Lo de siempre, rentabilidad real y aplicabilidad a cualquier escala. Lo de hoy, compromiso ambiental, huella de carbono al menos neutral y recuperación (no simplemente conservación) de los recursos naturales involucrados.
Falta lo de mañana. Falta lo que siempre ha faltado en las investigaciones, publicaciones, tratados…falta considerar que detrás de cada número hay personas. Gente común, que quiere vivir bien y comer el asado de domingo con los hijos y los abuelos. Falta sentir lo que sienten los gurisitos que van a caballo a la escuela con las canillas de afuera en pleno invierno, mientras investigamos en INIA con ambiente controlado. Falta conversar con los niños que todavía van a buscar las lecheras descalzos en las madrugadas de helada pisando en las bostas para no pisar hielo, y preguntarles por dónde empezar.
Partiendo desde la más profunda ignorancia de la realidad que vive una familia pobre rural no se puede hablar en progreso.
El progreso es retroceso cuando su inacción por ignorancia provoca éxodo y pobreza.
Es tan profundo el abismo entre mis vecinos y el nuevo centro del INIA -moderno, seguro, necesario y sin discusión, indispensable- que a veces lo comparo con la cueva de Platón…los técnicos ven las sombras en una pared, y los pobres rurales en otra.
Esta es la visión que nos proporciona el pastoreo racional. Así que si tuviéramos que definir a una tecnología de punta diríamos que se trata del conjunto de conductas productivas que logran un marcado aumento en la productividad y rentabilidad con una permanente recuperación de los recursos naturales involucrados y capaz de envolver a la familia en una nueva orden de estabilidad económica y espiritual, tornándose marco para una sociedad rural avanzada.
¿Teórico? No para mí. Para mi familia esta definición es el día a día.
La cultura rural desaparece. Rápido.
Es improbable que un técnico venga a pasar una semana trabajando en las grutas para entender qué debería investigar, y percibir que lo que se ha desarrollado es inaplicable acá.
Es igualmente poco probable que un pobre rural pase una semana en INIA buscando algo aplicable a su realidad.
Existe una única alternativa para salvar a estas últimas familias que resisten...y es el pastoreo racional. Se puede de una vez atender los requisitos de esta nueva definición de tecnologías de punta y aplicarla a 80 U$ por hectárea y para siempre. Mientras no se descubra algo mejor, apostemos a lo que ya tenemos y que funciona.
Se me ha manifestado que esta gente sería el "nucleo duro" de la población rural, y que en un proceso natural de decantación irán desapareciendo, dando lugar a otras gentes más abiertas a aceptar "innovaciones".
Quizá haya sido la cosa más gallarda que he escuchado en mi camino. Asistir de brazos cruzados la desaparición de una cultura.
Sabiendo que las pocas familias rurales que quedan se están desarmando porque no fuimos capaces de arrimarles una solución a sus dificultades productivas, de educación, de felicidad.
Reconozcamos el fracaso y vayamos por otro lado.
Hoy la arrogancia, mañana la vergüenza.
Salvemos las heróicas familias rurales del Uruguay.